Transcribo un artículo publicado en La Vanguardia que he encontrado en el Blog de una Doula (Dara). La importancia de un Embarazo Consciente una vez más.
Espero que os guste
El modo en que el bebé se desarrolla en el vientre marcará su vida. Se sabía que el alcohol, el tabaco y una mala alimentación incidían negativamente; ahora la ciencia ha ido más allá y ha descubierto que las emociones de la madredurante el embarazo también desempeñan un papel esencial.Cristina SaezJorge no deja de llorar. Sus padres, primerizos, están desesperados. Y muy nerviosos. Lo han probado todo. O al menos todo lo que se les ocurre: que si cogerlo, abrazarlo, intentar darle de mamar. La enfermera entra en la habitación del hospital en que están y trata de tranquilizarlos: “Está todo bien. Hay niños más inquietos que otros”, les dice. Pero eso no acalla al pequeño.
El embarazo de Marta, la mamá de Jorge, tampoco ha sido fácil. Al
poco de quedarse en estado, se enteró de que su empresa estaba a punto
de cerrar e iba a quedarse sin trabajo. Así que se ha pasado los nueve
meses en reuniones sindicales, negociaciones y haciendo números en casa.
A veces, le entraban ataques de ansiedad e incluso le costaba respirar.
Se sabe que el desarrollo del feto depende, en buena medida, del
bienestar de la madre. De si esta practica algo de deporte, sigue una
buena alimentación, no toma drogas ni alcohol. Pero, ¿y qué hay de las
emociones? ¿Afectan los sentimientos de la madre al niño? Durante mucho
tiempo se creyó que no, que el feto ni sentía ni padecía en el útero de
su madre, felizmente protegido por la placenta. No obstante, numerosos
estudios científicos realizados en las últimas décadas están poniendo de
manifiesto que el estado emocional de la madre durante la gestación va a
afectar la salud mental del bebé a largo plazo. Que una madre
depresiva, ansiosa o estresada puede influir en el coeficiente
intelectual de su hijo y predisponerlo para que tenga más riesgos de
padecer problemas tales como la hiperactividad o el síndrome de déficit
de atención.Tomando conciencia
A lo largo del embarazo, el cuerpo de la mujer experimenta cambios
equiparables a los de la adolescencia con la diferencia de que se
producen en meses. Tras la concepción, los órganos de la madre emigran a
otras regiones, se amontonan unos contra otros para dejar espacio al
cigoto, que se desarrolla a velocidad de vértigo con una serie de
mecanismos de diferenciación y proliferación celular, y se transforma en
un organismo complejo, con tejidos altamente especializados: el bebé.
También aparecen cambios emocionales traducidos en variaciones
bioquímicas, ya que las emociones se asocian a la segregación de
hormonas particulares. Y aunque no se puede demostrar al ciento por
ciento, existen numerosos y potentes indicios de que el desarrollo del
bebé en el útero de la madre va a determinar la vida que tendrá de
adulto. Y en esto se ha visto que influye la alimentación de la madre, o
su estado físico, y también, su salud emocional. “Existen muchos
reclamos comerciales que te dicen que el embarazo es una época muy
bonita, pero desde un punto de vista estético. Sin embargo, no se hace
hincapié en lo humano”, considera Anna Maria Morales, consultora
certificada en lactancia y miembro fundador del centro de salud familiar
Marenostrum (MareNostrumCsf.com/) en Barcelona.“Se empuja a la gente a comprar cosas para el embarazo para estar guapas, para cuidar el cuerpo, pero se informa muy poco acerca de cómo conectar corporal y emocionalmente con el bebé, con la idea de que tienen un niño creciendo dentro y de que sus emociones van a influir en su desarrollo”, prosigue Morales, que es doula, es decir, mujeres que acompañan a otras mujeres durante el embarazo, su labor es dar soporte físico y emocional durante el parto y el puerperio.
“Durante los nueves meses de gestación, la mujer pasa por una serie de controles médicos, pero nadie le pregunta cómo está a nivel emocional o qué tal está con su pareja”, se queja Sara Jort, terapeuta Gestalt especializada en psicología perinatal. Sigmund Freud fue el primero en percatarse de la importancia de los sentimientos de las madres; se dio cuenta de que las primeras etapas de la maternidad tenían efectos a largo plazo en la psicología del niño. Y que la educación emocional de los hijos no empezaba cuando estos nacían, sino en el útero.
Hace medio siglo, se comenzaron a realizar estudios con ratas y
monos para comprobar si el hecho de que las madres estuvieran altamente
estresadas tenía efectos en el desarrollo de las crías. Cuatro décadas
después, un equipo de investigadores del Imperial College de Londres,
liderado por la psicobióloga Vivette Glover, empezó a indagar sobre la
importancia de las emociones en el embarazo. Para ello, llevaron a cabo
un estudio con 14.000 mujeres embarazadas. Las monitorizaron durante
toda la gestación; se midió su nivel de ansiedad, de estrés y luego, se
estudió durante años a los niños que nacieron. Vieron que el 15% de los
hijos de las madres más estresadas y ansiosas tenían el doble de riesgo
de padecer déficits de atención e hiperactividad. Además, estos niños
eran más proclives a ser ansiosos y a tener problemas de conducta. Más
adelante, realizaron nuevas investigaciones, esta vez con grupos más
reducidos de mujeres, y corroboraron que si la madre está estresada
durante el embarazo, su hijo tiene más tendencia a padecer ansiedad. Y
esa tendencia es independiente de la las experiencias que tenga el crío
al nacer o de las emociones que comparta con su madre después.
Educación emocional desde el útero¿Los fetos sienten dentro del útero de la madre? Si entendemos por sentir, sentimientos tales como la tristeza, la alegría, la soledad, el miedo, no. Tal como señala el profesor de psicología de la emoción y la motivación de la UNED, Enrique García Fernández-Abascal, el feto carece de la maduración neurológica para tener las emociones que tiene un adulto. “Se requieren al menos tres meses después de nacer para que se desarrollen los tubos neurales necesarios para las emociones”, señala. Sin embargo, lo que sí tienen los fetos son sensaciones. Así, sienten bienestar, placer, saciedad, alarma, sobresalto…
El feto, de alguna manera, percibe las emociones de la madre. Y eso es muy positivo puesto que le da al bebé un abanico de experiencias sensoriales necesarias para enfrentarse a la vida, desde la alegría, hasta la rabia o la tristeza. “Las emociones de la madre son un gran regulador de la fisiología de ella y del bebé. Las que son positivas, por ejemplo, generan una atenuación del sistema cardiovascular y una activación y refuerzo del sistema inmune. Es decir, que cuanto más alegres estamos, más vacunados, de alguna manera, estaremos contra el catarro –comenta Enrique García–. En cambio, cuando nos embargan las emociones negativas, segregamos hormonas tóxicas, el corazón se nos acelera y se deprime el sistema inmune, lo que nos deja más vulnerables ante las enfermedades”.
De ahí que sea esencial que la madre establezca vínculos con el niño desde el primer momento de la concepción. Con un gesto tan habitual en las embarazadas como tocarse la barriga, acariciarse, el feto recibe una experiencia positiva sensorial; conecta con la madre y se produce una respuesta bioquímica de placer, que se traduce en la segregación de hormonas que ayudan a establecer ese vínculo entre ambos.
“Eso no quiere decir que la madre tenga que pasar por el embarazo
sin sentir o sintiendo sólo cosas positivas. Hay que sentir felicidad
pero también estrés, todo en su justa medida, porque ambas son
necesarias. El problema radica en cuando las negativas se cronifican
–señala Enrique García, experto en psicología perinatal–. No es malo que
la madre se enfade, pero sí que lo esté todo el día, todos los días. La
educación emocional del niño empieza en el útero”.
Protección emocionalLa placenta funciona como una especie de envoltura protectora. No obstante, estados de emociones negativas continuados pueden afectar su función, sobre todo el estrés. Cuando la madre se encuentra en una situación estresante, se produce en su organismo una cascada bioquímica. Todo empieza en el hipotálamo, que produce una hormona llamada CRH, factor de liberación de corticotropina; ésta le manda a la pituitaria que, a su vez, produce otra hormona, la ACTH o adrenocorticotropa, que ordena a las glándulas suprarrenales que segreguen cortisol. Éste hace que se libere glucosa en sangre, que va hacia los músculos, los dota de energía y los prepara por si es necesario salir pitando o pelear. En realidad, la aparición del estrés es el resultado de una estrategia evolutiva necesaria para enfrentarnos a los peligros de la vida. Si no se liberaran en nuestro organismo todas estas hormonas que nos ponen en alerta, seguramente nos hubiéramos extinguido hace mucho tiempo, quizás devorados por algún animal.
Una vez acaba la situación que producía estrés, el cuerpo recupera
los niveles hormonales habituales y el organismo vuelve a su estado
normal. La placenta actúa como filtro e impide que el cortisol, que es
tóxico, llegue al feto. No obstante, cuando los niveles de esta hormona
en la madre son muy elevados, consiguen atravesar esta barrera y
disparan la respuesta de alerta en el feto. Puede que también sea una
herramienta con que nos ha dotado la evolución para prepararnos para
enfrentarnos al mundo exterior con que vamos a tener que lidiar. De
manera que si el estrés aparece en momentos concretos, es beneficioso.
Sin embargo, cuando las situaciones de estrés son prolongadas, aparecen
los problemas de manera más marcada. Si la madre está sumamente
estresada, el bebé recibe el mensaje de que deberá hacer frente a un
entorno peligroso. Eso los hace mucho más prontos a reaccionar; suelen
ser niños más susceptibles a llorar, a estresarse, a sentir ansiedad.
Asimismo, tal y como el equipo de neurocientíficos del Imperial
College de Londres ha comprobado, existen indicios de que niveles altos
de cortisol afectan al desarrollo cerebral del bebé durante todo el
embarazo. Durante los primeros meses, que es cuando las células
cerebrales se mueven hasta hallar su ubicación definitiva, se cree que
el cortisol puede llegar a afectar ese movimiento. Si los ataques de
ansiedad y estrés suceden en los últimos meses de gestación, se eleva el
riesgo de que el niño padezca síndrome de déficit de atención o
hiperactividad.
Es más, al parecer, la ansiedad de la madre hace que se reduzca el
flujo sanguíneo que le llega al feto, por lo que éste dispone de menos
nutrientes para formarse; Vivette Glover afirma que, además, cuanto más
alto es el nivel de cortisol en el líquido amniótico que rodea al niño
en la placenta, más bajo es luego el coeficiente intelectual del bebé.
“Niveles altos de cortisol afectan a cerebro y al aprendizaje”,
sentencia esta psicobióloga.
Así pues, podemos ayudar a los niños y futuros adultos teniendo en
cuenta la salud emocional de sus madres cuando están embarazadas. Si las
podemos ayudar a sentirse menos estresadas, ansiosas o deprimidas,
estamos reduciendo el riesgo de que los futuros niños padezcan problemas
como síndrome de déficit de atención, dificultades de aprendizaje o
hiperactividad. Que, además, indica Glover, son factores de riesgo que
pueden convertirse en potenciales problemas de comportamiento. A nivel
social, lamenta Sara Jort, psicoterapeuta Gestalt experta en perinatal,
el periodo prenatal no está bien protegido por la sociedad, que
desconoce la importancia que tiene tanto para la madre como para el
recién nacido. “Debería haber políticas que regularan el cuidado de la
gestación y los primeros meses de maternidad”, considera Jort. Se trata
de prevenir para evitar que los niños tengan trastornos cognitivos, sí,
pero sobre todo para conseguir una sociedad más feliz.
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